La división

Y bien, aquí estamos, confrontados, divididos, polarizados, uno frente al otro. a eso hemos llegado o a eso nos han llevado. El resultado final, “haiga sido como haiga sido”, es que los humanos, todos, salimos lastimados si no somos capaces de ponernos de acuerdo. 

Una vez más, en la larga y breve historia de los sapiens en la tierra, volvemos a pelearnos, a denostar al otro y a tratar de destruir al contrario. Para las mentes controladoras y rústicas es muy fácil pensar que la humanidad o la población de un país puede taxonómicamente clasificarse entre buenos y malos. No importa que estos colectivos estén integrados por cientos de miles o millones de personas, ni que haya matices, ópticas diversas, distintas formas de resolver los problemas. No, eso no vale aquí. Se trata de que se cumpla mi voluntad dicen unos, a costa de la de los otros. Cuando esto comienza a pasar en una sociedad, nos dice la historia, estamos en serios problemas.

Analizando un poco más a profundidad podríamos decir que una parte del conflicto (la más poderosa) supone que está por encima de lo correcto e incorrecto y que solo es válido lo que cree y por lo tanto debe satisfacer solo sus interesas olvidándose de los demás. 

Esto es lo que quiero, esto es lo que está bien, así deben de ser las cosas… nada más porque yo lo digo y los que se atrevan a disentir son, absolutamente todos, los que pertenecen al otro bando, al del mal.

En Alemania, en los años 30 del siglo XX las cosas una vez más se comenzaron a polarizar. Este fenómeno de buenos contra malos, de superiores contra inferiores, todos lo sabemos, llevó a una concentración de poder inimaginable y en consecuencia a la masacre de millones de personas que en medio de esta orgía de odio y narcisismo se quedaron primero sin derechos y luego sin vida.

Muchos de los gobernantes del mundo actual, se han dedicado como siempre que se ponen las cosas mal, a dividir a sus poblaciones. Y ahí están muchos de los autoritarios de derecha o izquierda del mundo. Maduro, Erdogan, Bolsonaro o Trump, por supuesto… quizá el ejemplo por excelencia de cómo el egoísmo y la polarización tiene graves consecuencias para la democracia, por consolidada que esta parezca. Recordemos las terroríficas escenas de hace algunas semanas del Capitolio y lo comprenderemos todo. 

El pensamiento de este tipo de gobernantes siempre esta alrededor de triunfar sobre los otros, exterminar al contrario, humillarlo públicamente, responsabilizarlo de todo mal y no escuchar ni ideas ni razones que no sean las de ellos mismos.

Y si excavamos aún más profundo, lo que encontramos en estos personajes es una ambición desmedida o lo que es lo mismo una necesidad insaciable de poder que no se satisface con nada. Siempre necesitan más sumisión y controlar más.

Me atrevería a decir que el lema de estos tiranuelos es “el fin justifica los medios”.  ¿Qué importa si pisoteo la ley, o la hago a mi modo o soy mentiroso y deshonesto con lo que digo o hago, si al final estoy haciendo todo esto por un bien superior? 

Finalmente —dicen— hago todas estas canalladas para servir a los buenos que son, desde luego, los que se pliegan a mis deseos.

Más a su favor: sus seguidores poseen una lealtad absoluta y a prueba de engaño, aunque el manipulador cometa enormes y evidentes desatinos. Lo que sucede, creo yo, es que los fanáticos de este tipo de liderazgos mesiánicos no van buscando datos duros o hechos, sino una fantasia que se acomoda más a lo que estas personas quisieran que sucediera, aunque nunca vaya a pasar.

La glorificación de la discriminación, el desprecio por la crítica o la verdad, la estigmatización del otro y el afán de responsabilizar al opositor de todos los males, es el sello de estos gobiernos antidemocráticos y destructores de instituciones.

Mantengamos bien abiertos los ojos, la indiferencia de la ciudadanía ante la irracionalidad es sin duda una forma de complicidad.

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