Este mago es bueno

El presidente de México lo volvió a hacer; es un genio cuando de encantamientos se trata y siempre gana, por mucho. Es limitado para gobernar, pero nadie puede negarle ese increíble talento en el terreno de la magia para fijar ideas colectivas. La agenda la pone él y el tema siempre es el mismo: ellos contra nosotros en una sala brumosa llena de espejismos  y datos alternativos. 

Con los resultados de la auditoría a la cuenta pública de 2019 lo volvió a hacer: convirtió a la Auditoría Superior de la Federación en una instancia infantil poco atenta a que sus acciones sean mal usadas por entes perversos. En el mejor de los casos. En el peor, le quitó todo halo de fuente confiable de información en evolución para transformarla en un sujeto con intereses aviesos. El mismo vocablo dejó de ser un proceso para convertirse en un actor. La auditoría es un atacante. 

Le salió bien al Presidente y otra vez perdemos mucho. La información sobre el desastre presupuestal que deben corregir muchas secretarías de gobierno en el marco de una crisis económica sin precedentes y una tragedia de salud sin parangón, es ahora chiclosa por decir lo menos. Lo importante ahora en las mesas de análisis, gracias al malabar presidencial (el malabar incluye a su alfil Arturo Herrera), es que el auditor debe irse o no, que hay que evidenciar que el secretario de Hacienda hace juegos de números, o no, que los auditores son retrasados mentales, o no, que la fuerza de la información sobre programas sociales es nula si la información sobre el aeropuerto es endeble. 

Lo logró el Presidente y su pase mágico alcanza para cubrir con el ilusionismo a otros gobernantes. La Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, ya advirtió que “igual que con el aeropuerto” (tiene que usar las palabras mágicas, si no no sirve), los informes sobre su gobierno están mal. 

El efecto de esta perniciosa habilidad de quiromántico pega en todos los bordes de la mesa de billar y deja a salvo sólo a la bola blanca que representa el presidente. Pierden las instituciones, cuya autoridad se erosiona, y no me refiero sólo al triste papel que entre López Obrador y las reacciones del auditor le dejan a la institución fiscalizadora. 

También me refiero a todas las otras instituciones involucradas en los resultados. Regreso al caso de Sheinbaum, quien se sube al ring de ellos contra nosotros con datos malos y desplaza a los ciudadanos al juego de la creencia y la desconfianza. ¿No sirven entonces las auditorías? ¿Hay que creer en Herrera, en Sheinbaum, en Irma Eréndira Sandoval? No, no hay que creer en Sandoval, escucho a un par de analistas: ella no es proclive a la rendición de cuentas. ¿Entonces ahora es cosa de saber si es confiable o no una persona? ¿Los documentos y el trabajo de los auditores no sirven o lo que no sirve es la forma de administrar el futuro y los intereses en la oficina del secretario de Hacienda?

La descalificación de la instancia que puede ayudar en el combate a la corrupción es una espada de doble filo. Sirve para salvar la peor decisión económica que ha tomado la actual administración (y no es fácil, ha tomado varias malas muy malas, pero la del aeropuerto se las lleva a todas), pero sabotea la construcción de un ecosistema de rendición de cuentas que sirve para inhibir, primero y castigar después, el mal uso de los pesos. 

La veloz retractación de la Auditoría no es una señal de fortaleza ante errores cometidos -que no soy capaz de descartar- sino un mensaje de poder que no viene de la oficina del auditor David Colmenares. Ese hombre, pobre, se convirtió en cómplice del mago. Terminó siendo el espectador del que se aprovecha el ilusionista para entregarnos una asombrosa realidad que no está ahí. No puedo más que aplaudir: este mago es bueno y la verdad es lo de menos. 

 

Este contenido fue publicado originalmente en: Link

Subir